Chloé, acurrucada en un rincón del coche, se mordía los puños. Sus lustrosos cabellos le caían sobre el rostro y el gorro de piel se le estaba escurriendo. Lloraba con todas sus fuerzas, como un bebé, pero sin hacer ruido. -Perdóname, Chloé-dijo Colin-Soy un monstruo.Se aproximó a ella y la atrajo hacia sí. Le besaba los pobres ojos asustados y sentía latir su corazón en el pecho a golpes sordos y lentos.
-Vamos a curarte-dijo-Lo que yo quería decir es que no podía suceder nada peor que verte enferma, cualquiera que sea la enfermedad...
-Tengo miedo...-dijo Chloé-Seguro que van a operarme.
-No-dijo Colin-Te curarás antes.
-Pero, ¿qué tiene?-repitió Nicolás-¿Puedo hacer algo yo?
También él parecía sentirse muy desgraciado. Se había quebrantado mucho su aplomo ordinario.
-Cálmate Chloé, cariño-dijo Nicolás.
-Ese nenúfar-dijo Colin- ¿Dónde habrá podido cogerlo?
-¡Tiene un nenúfar?-preguntó Nicolás, incrédulo.
(La espuma de los días, Boris Vian)