Pensando en los placeres de la vida, me he acordado de una época que si bien se me antoja muy lejana, sin embargo no lo es tanto. Una época en la que mi amiga Mamen, ahora casi desaparecida por temas de amor, nos llamaba para asistir a reuniones de lo más variopintas, como aquella en la que el amigo Rafa nos invitó a langostinos tigre y Moët-Chandon..en una de las marisquerías de la ciudad. Qué lejos quedan ya esos momentos, parecen de otra vida. El tiempo tiene a veces esa capacidad, o quizá sólo es nuestra percepción sobre aquellos momentos que vivimos con intensidad y ahora nos parecen lejanos, casi ajenos. No negaré que existe cierta nostalgia de ciertos momentos, de esas soirées mundanas que compartíamos con una gente estupenda.
Y hablando de momentos, nada mejor que algo del escritor francés Philippe Delerm, una de esas personas que sabe captar la belleza del instante, de los momentos anodinos. La magia de lo cotidiano, ¿verdad J?. En fin, que lo disfrutéis.
El cine no acaba de ser una salida. Apenas estamos con los demás.Lo que importa es esa especie de flotamiento algodonoso que sentimos al entrar en la sala. No ha empezado la película; una luz de acuario tamiza las conversaciones a media voz. Caminando por la moqueta, nos dirigimos con falso aplomo hacia una fila de butacas vacía. No puede decirse que no nos sentemos, ni siquiera que nos arrellanemos en el asiento. Es preciso domesticar ese volumen abombado, entre compacto y mullido. Poco a poco nos enroscamos imprimiendo a nuestro cuerpos pequeñas y deliciosas convulsiones. Al propio tiempo, el paralelismo, la orientación hacia la pantalla entreveran la adhesión colectiva con el placer egoísta.
Pero el intercambio se interrumpe ahí, o casi. ¿Qué nos llegará de ese gigantón de aspecto desenfadado que sigue leyendo el periódico, tres filas más adelante? Tal vez unas risas, cuando nosotros no nos riamos-o lo que es peor: algunos silencios cuando sí se nos escape la risa. En el cine, no nos damos a conocer. Salimos para escondernos para acurrucarnos, enterrarnos. Estamos en el fondo de la piscina, y en ese profundo azul cualquier cosa puede llegarnos de ese falso escenario, anulado por la pantalla. Ni un olor , ni una corriente de aire en esa sala volcada en una espera plana, abstracta, en ese volumen concebido para deificar una superficie.
(El primer trago de cerveza, Philippe Delerm)