“¡Qué mundo tan extraño el nuestro!, pensaba yo cuando pasaba hace tres días por la perspectiva Nevski, acordándome de estos acontecimientos. ¡De qué modo tan singular, tan incomprensible, juega con nosotros el destino!
Estas palabras pertenecen al cuento La Perspectiva Nevsky de Nicolai Gogol, y que razón tenía el autor, debió pensar Isadora Duncan, cuando en esta misma ciudad, le leyeron en la mano un destino trágico, quedando así su vida unida para siempre a San Petersburgo.
Monserrat Roig, en el Libro la Aguja Dorada, cuenta como Isadora Duncan había subido por la escalinata del hotel Europa la primera vez que visitó la ciudad, el 10 de enero de 1905.
Había llegado con doce horas de retraso porque el tren se había parado en medio de la nieve. La Duncan era muy aficionada a las predestinaciones y cuenta en sus Memorias que aquel retraso la marcó. El tren consiguió entrar en la estación la madrugada del día diez y el termómetro señalaba diez grados bajo cero. (...) Mientras se dirigía al Europa por la Nevski, su coche se paró en seco delante de una larga hilera de hombres enlutados que transportaban ataúdes. Llevaban a los fusilados del día anterior, aquel famoso nueve de enero en que cien mil personas se habían congregado-provocados por el pope Gapon- en la plaza del Palacio de Invierno para entregarle al zar un documento que describía sus trágicas condiciones de vida. Isadora cuenta que aquella hora del día significó para ella una "madrugada negra" y que la visión del séquito de harapientos tristes y silenciosos, en aquel momento derrotados, le hizo pensar que su historia era fútil y sin sentido.
Fue en San Petersburgo donde el pintor Bask descubrió que en la mano de la Duncan había dos cruces significativas.
-Usted tendrá la gloria- le dijo-; pero perderá a sus dos criaturas más queridas.
Así pues, un ruso pronosticó el futuro. Porque, al cabo de unos años, los dos únicos hijos de la Duncan murieron ahogados.
En 1921 volvió a la URSS y se enamoró del poeta Serguei Iesenin. Fue una unión imposible entre dos fuerzas telúricas y embriagadas: Rusia y América, dos raíces que ya entonces, no podían dar ningún brote en común. Dos años después se separaron. Y en 1925 Iesenin se suicidó en el Hotel Astoria, delante de la catedral de San Isaac y no demasiado lejos del Europa. Con la sangre de sus propias venas había dejado así un testamento poético dirigido a sí mismo que terminaba así: "Morir no es ninguna novedad en esta vida, pero vivir tampoco es nada nuevo."
En el Hotel Astoria los nazis pensaban celebrar el gran banquete de su ocupación de Leningrado. Pero los alemanes no entrarían jamás en la ciudad.
(La Aguja Dorada, Monserrat Roig)
que ganas de leermelo chula! , que tendrá principio de siglo xx que tanta fascinación nos despierta!
ResponderEliminarSupongo que el hecho de ser tan convulso y con tantos cambios que han determinado de alguna manera nuestro presente.
ResponderEliminarEs una joya, me lo regaló Jesús Rueda, que majo!!
beso