Hasta la séptima o la octava visita no hizo acto de presencia la voluntad de Adrienne. ¿No tendrá Le Potomak?, acababa de preguntar el muchacho. Adrienne que se queda sentada, que mira a la gente pasar por la gran cristalera por encima de los libros expuestos en plano, que deja su portaplumas y entrelaza los dedos. ¿Le interesa mucho el arte de Jean Cocteau? pregunta tomándose su tiempo. Las armas eran desiguales, la lucha fue breve. Un cuarto de hora después, sentado en el Luxemburgo delante de un caballo que tiraba de dos grandes naranjos en jardinera hasta los botes de vela, con Le Potomak a un lado sobre el banco leía yo Enrique el Verde.
Ese mismo otoño me encontré a Adrienne por el bulevar Saint-Germain; con los guantes y su cota de plata parecía Perceval el Galés.
-¿Qué busca usted?-me preguntó.
-Manzanas reinetas.
-¿Es que hay que enseñárselo a usted todo? Las reinetas no llegan hasta dentro de quince días; hoy solo va a encontrar reinas reinetas, más alargadas, menos mate, menos ácidas; acabo de verlas en el mercado.
-Vaya-dije yo-tengo mucho que aprender sobre manzanas.
-Yo también era antes un poco reineta-me respondió Adrienne, pero para cuando quise abrazarla ya no estaba allí.
(Rue de l'Odéon, Adrienne Monnier)
¿Presencia reverberante? ¿Rememoraciones fantásticas? Fugacidad del estar y del saber. Wonderful.
ResponderEliminarBesos
Hay presencias que nos dejas una estela imborrable en el pensamiento. Adrienne Monnier era de esas...
ResponderEliminarbesos lejanos, hasta los EEUU.
Miette
Qué sabia eres, cuánto sabes sobre las manzanas, qué cultivador de sentimientos cuidas...
ResponderEliminarOh mi reina, oh mi trozo de voluntad.
J
J. Qué ilusión de nuevo aquí, en mi campo abonado de sueños!!
ResponderEliminarbesos
Me gustan las manzanas y también tengo tiempo de aprender sobre ellas jeje :) ¡Muac!
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