Espero convencer esta tarde a E para ir corriendo a comprar un cosmético de nueva generación, el verano obliga. Ojeo una revista, ventanas abiertas al mundo que me hacen soñar. De hecho no hago otra cosa, con o sin revista. Me dejo fascinar por toda la información que me aporta. Cosmética avanzada para gente sofisticada, arquitectura y arte, literatura y moda. Mil mundos con los que llenar una vida.
Ahora pienso en un destino de sol, sitios fantásticos para salir de la rutina, para abandonar la ciudad durante unos días, la ciudad, mi ciudad...
El otro día me preguntaron por qué me gustaba tanto la ciudad, ¿por qué era tan urbana?-Buena pregunta-respondí yo.
La respuesta es difícil de verbalizar ya que "No se consigue nunca hablar de lo que se ama".
No sé qué tienen las ciudades que me fascinan tanto. Desde luego los bares y restaurantes. Espacios urbanos que nos hacen reflexionar. Como las ciudades se van adaptando a las necesidades del ser humano. Se convierten en un todo orgánico que interactúa con nosotros. La decandencia, adjetivo asociado a la ciudad, a veces me sugiere una naturaleza muerta. En la ciudad encontramos cultura y subcultura, lujo y marginalidad. La ciudad propone una lectura de lo ordinario, de lo trivial. Como enseña G.Perec las urbes nos permiten reinventar lo cotidiano. Lugares familiares que nos enfrentan a la realidad. Y como Perec, la ciudad espera que no seas un habitante pasivo y que aprendas a mirar.
Siempre en construcción como un paisaje inacabado. Quizá me atrae eso, la capacidad de ser diferente a cada momento, de advertir el movimiento.
Ya pensaré más, de momento me quedo en mi casa citelina, (término acuñado por Manuel S. derivada du mot cité) mirando por una ventana de papel.
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