Le compré caramelos y galletitas de chocolate, eran caprichos que aún podía permitirme, y no por una cuestión económica. Lo precario de mi exitencia no se debía al dinero, sino a mi alma. Hacía mucho que me costaba complacer a la gente, pero con ella era distinto. Me apetecía, me salía, era como una especie de padre que quiere complacer a sus hijos porque de alguna manera sabe que lo está haciendo mal.
La sesión de cine empezaba casi a continuación, sólo tuve tiempo de suspirar. La vida me daba una nueva oportunidad, y yo no estaba muy seguro de qué hacer. Ella me gustaba, tenía un tipo de discrección que me conmovía, algo que me afectaba, algo de lo que ni yo mismo era muy consciente. A veces tenía la impresión de que ella sólo era un sueño, una neurosis más que me acompañaría durante un tiempo, y luego vendría la soledad, como un poema que nos abandona, un destierro inevitable. Mientras, ella, ausente y ajena a todos mis pensamientos, masticaba los caramelos, y me miraba con el candor de un niño, con la emoción de alguien que confía plenamente en otro. Su sonrisa resonante me recordó otra época, la alegría de vivir, el deseo de gritar, sensaciones que se miden en una pompa de jabón.
Por favor, miette, sigue publicando tus pompas, son bellas, bellas... y me alegran el día como sólo tú sabes hacerlo!
ResponderEliminarHada eres no tiene explicación el presente con otra realidad... mirar sin verte como tantes veces por que eres como antes te dije mirada.
ResponderEliminarA lo lejos suenan atropellados los besos... buscan su consuelo en ti.
Mis primores, qué haría yo sin vosotros???
ResponderEliminarJota, me encanta cuando pasas por aquí y dejas caer tu poesía, no sabes lo feliz que me haces...no puedes llegar a imaginarlo!!
Tus palabras reconfortan más que nunca en estos días de frío, hasta la poesía se queda helada.
Monalinka...asomate por aquí, te dejaré mil retales de vida, retales de vida en la que tu estás siempre...
besos