El desamparó comenzó a insinuarse en su ánimo, porque ahora cada decisión no parecía ya producto de su voluntad, sino una réplica a presiones acumuladas fuera de él; las exigencias del proceso histórico en que él mismo se hundía como en una arena movediza.
Pero si ya no podía controlar acontencimientos, era necesario que se controlara a sí mismo, a sus nervios. Ya hacía semanas que los sedantes tomaban el lugar del autodominio, aunque no sirvieran más que para exorcizar los cosquilleos de la subconsciencia, temporalmente.
(Mountolive, L. Durrell)
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